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Las declaraciones que usted encontrará a lo largo de este artículo son la opinión personal del entrevistado.

El fotógrafo español Gervasio Sánchez ha dedicado gran parte de su vida profesional a registrar víctimas de minas antipersonal. En esta entrevista nos planteó, entre otras cosas, su posición respecto al papel de los estados frente a este tema y el hecho de que Cartagena sea la sede de la Segunda Conferencia de Revisión.

En un tema donde las palabras utilizadas son vigiladas constantemente, la franqueza de Gervasio Sánchez no deja de sorprender. De esta manera, no tuvo problema en criticar al Gobierno español, el año pasado, cuando recibió el Premio Ortega y Gasset. Aunque sus fotos relacionadas con la problemática de las minas, compiladas en los libros Vidas minadas (1997), Vidas minadas cinco años después (2002) y Vidas minadas diez años después (2007), hablan por sí mismas, quisimos hablar con él sobre su experiencia.

En un discurso que usted dio en la entrega del premio Ortega y Gasset hizo críticas al Gobierno español por permitir la venta de armas españolas a países con conflictos, el poco esfuerzo por ayudar a las víctimas y el desminado. ¿Hubo alguna reacción frente a sus palabras por parte del Gobierno?

Mis agradecimientos fueron en nombre de las víctimas y critiqué a todos los gobiernos de mi país que vendieron armas a países como Colombia y Venezuela, que son países con conflictos fronterizos. Durante el actual Gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero se han duplicado la venta de armas españolas.

Creo que el trabajo y la presión de las ONGs durante años permitió, en 1997, que España firmase el tratado de Ottawa.

El problema que afronta España es como proveedor de armas y no como país afectado por minas en su territorio, teniendo en cuenta esto, ¿en España sí hay visibilidad del problema?

España firmó el Tratado de Ottawa en el año 1997 y cumplió los requisitos de la Convención en lo relacionado con la destrucción de minas en un tiempo menor del requerido. En vez de cinco años, lo hicimos en cuatro.

Lo que España no ha hecho es ayudar a las víctimas y al desminado. La generosidad debe ser obligatoria por parte de un país que se ha dedicado a exportar las minas durante los últimos años.

El Gobierno socialista tiene una actitud más sensible frente al tema que el Gobierno de la derecha, el Partido Popular. Este ha dedicado más partidas económicas a este problema al mismo tiempo que duplicaba la venta de armas españolas; entonces, por un lado somos sensibles al dolor y, por otro lado, somos capaces de provocarlo.

¿Cómo empezó su labor como fotógrafo y por qué terminó trabajando con el tema de minas?

A mediados de los años 90 (1995), después de llevar casi una década trabajando en lugares conflictivos, recibí un encargo de una revista española que me planteaba la posibilidad de hacer un reportaje sobre víctimas de las minas en el país que yo quisiera. No era una revista normal, era una revista de corazón; al principio me confundió un poco, aunque luego, hablando con el dueño de la revista, me dijo que quería apoyar a la Campaña Española Contra las Minas y entonces volé a Angola, un país con una guerra muy dura. Allí me encontré en una ciudad llamada Kuito una situación  dramática, había más de 3.500 mutilados por las minas.

No había hospitales, no había prótesis, nada. A mi regresó contacté con las ONGs españolas que estaban en la Campaña Española Contra las Minas, para ver la posibilidad de hacer un proyecto fotográfico sobre ese tema. Manos Unidas, Médicos sin Fronteras e Intermon Oxfam me dijeron que sí.

Cuando empecé a trabajar, Colombia iba a ser uno de los países parte de este proyecto. Sin embargo, en ese tiempo no había tantas minas como hay ahora y al final opté por El Salvador y Nicaragua en América Latina, países que conocía desde las guerras civiles de los años 80s. También trabajé en Afganistán, Camboya, Angola, Bosnia. En total, siete países. En noviembre de 1997 presenté mi primer libro Vidas Minadas, que coincidió con la firma del Tratado de Ottawa.

¿Qué es lo más difícil y lo más placentero del trabajo en terreno?

Lo más difícil es asistir en momentos muy duros a situaciones que afectan a las propias víctimas. A algunos de los protagonistas de Vidas Minadas los conocí recién heridos; la historia de Sokheurm Man en Camboya, la empecé cuando le cortaron la pierna en el quirófano.

A Adis Smajic, el sarajevo, lo conocí el día después de que una mina lo destrozase. Estaba casi muerto cuando lo conocí. El caso de Mónica Paola Ojeda de Colombia…

Pero también he fotografiado momentos muy bonitos de sus vidas y esas fotos me han permitido un equilibrio emocional.

Cuéntenos de su experiencia en Colombia

Yo conozco Colombia hace casi 20 años, fui a finales de los 80, en la época dura cuando estaban los carteles de la droga. Eran momentos duros de la batalla contra los narcotraficantes, cuando hasta ahora se empezaban a dar los procesos de pacificación con los primeros grupos armados que se empezaron a desmovilizar, como el M-19. En esos momentos complicados uno pensaba que la guerra se podía acabar en Colombia.

A partir del año 2000 empecé mi trabajó sobre la violencia urbana, el impacto contra los jóvenes en Cali con un proyecto que inició Médicos sin fronteras en Aguablanca, uno de los barrios más violentos de la ciudad. Empecé también a hacer un trabajo con desaparecidos que es un proyecto que estoy trabajando hace muchos años en diferentes países del mundo.

Regresé en el 2003 cuando decidí realizar un nuevo seguimiento de los  protagonistas deVidas Minadas y hacer un Vidas Minadas diez años. Resolví que Colombia debía estar en este proyecto porque era evidente que tarde o temprano iba a convertirse en uno de los países con más víctimas  de minas en el mundo.

Fue ahí donde conocí a una niña en Bucaramanga que tenía 8 años cuando perdió la vista, un brazo y había sufrido serias heridas en su cuerpo por la explosión de la mina cuando volvía del colegio. La conocí cuando ya tenía 10 años, dos años después del accidente. Desde entonces he seguido su historia porque quería mostrar las consecuencias de las minas contra la población civil en este país.

¿Cuál es su posición frente al conflicto colombiano y la realización de la Segunda Conferencia de Revisión de la Convención de Ottawa en nuestro país?

A mí no me gusta mucho que sea Colombia el lugar donde se realice esta Segunda Conferencia de Revisión de la Convención de Ottawa, entre otras cosas porque en Colombia, le guste o no le guste a su Gobierno, se siguen utilizando minas por parte del Ejército, los paramilitares y las guerrillas.

Las guerrillas son grupos irregulares, pero los paramilitares tienen evidentemente conexiones con el Ejército colombiano y con el mismo Estado, algo que es tremendamente vergonzoso.

Que sea el Ejército colombiano el que siembre las minas me parece bastante escandaloso. Por eso yo no habría puesto a Colombia como sede para la ratificación de un Tratado hasta que se demostrase claramente que los organismos de seguridad y su Gobierno han decidido acabar con las minas antipersonal.

Me parece escandaloso que las Farc, la guerrilla más importante que está vinculada al narcotráfico lo que le permite tener muchos fondos, sea incapaz de comprar, las minas en el mercado internacional, que son minas convencionales, no minas artesanales. Ellos están haciendo estragos con las minas artesanales entre la población civil. Además, rellenan las minas artesanales con  clavos y excrementos lo que provoca unas infecciones tremendas en los heridos, sean militares, sean civiles, sean niños o sean adultos.

Teniendo en cuenta que usted ha trabajado acá en Colombia y en diferentes países cubriendo la situación de las minas, ¿cómo ve la perspectiva, las situaciones, los avances y los retrocesos alrededor del mundo y en Colombia?

En el mundo hay 156 países que firmaron el Tratado de Ottawa y hay 37 sin firmarlo, entre ellos los que destaca países como Estados Unidos, India y China. Se han conseguido avances importantes y se han destruido millones de minas almacenadas, pero sigue habiendo decenas de millones de minas almacenadas y decenas de millones de minas sobre el terreno.

La Comunidad Europea, en la cual hay muchos países que se dedicaron a exportar minas, ahora dedica cantidades económicas miserables para ayudar a las víctimas y al desminado. De hecho, Estados Unidos dedica más ayuda a estos problemas que la Comunidad Europea a pesar de que no ha firmado el tratado de Ottawa.

Al ritmo que se está desminando se necesitarán centenares de años para acabar con las minas, es muy grave porque hace unos años con el tratado de Ottawa la intención era que para el 2009 ya no hubiera más minas en el mundo. Pero los países ricos no han sido generosos.

En relación con Colombia, me parece que está viviendo un momento complicadísimo. De hecho, es el país con más accidentes en el mundo y hay que tener en cuenta que hay muchas zonas donde hay minas y no hay población porque esta ha sido desplazada por la guerra y se ha refugiado en las grandes ciudades como Cali, Bucaramanga o cualquier ciudad como Bogotá, pero estos ciudadanos tarde o temprano van a volver a su territorio y las minas habrán quedado sobre el terreno porque el Ejército, le guste o no le guste al Ejército colombiano, las guerrillas y los paramilitares han sembrado minas en el país. Van a haber muchos accidentes en el futuro cuando se produzcan tales movimientos, como ha pasado en Camboya y Angola.

¿Cuál es la razón para que usted siga tomando fotos de víctimas de minas?

Es una forma de mantener el contacto con las víctimas; las minas siguen estando vigentes y pienso que es importante recordarle a la opinión pública que el problema sigue estando ahí. Yo creo que al público le sigue gustando ver los problemas a través de historias personalizadas.

En el problema de las minas, como en el problema de la guerra, hay una tendencia a hablar de números más que de personas y de víctimas. Se habla muchas veces de 20 000 víctimas de las minas, 100 000 refugiados, 1 millón de desplazados. Para mí cada persona tiene una historia, una historia inconclusa (si muere), una historia diferente (si es herida).

Uno de los cuestionamientos que se hace algunas veces es que se hace uso de las víctimas cuando se toman este tipo de fotos, ¿Hay personas que no están de acuerdo con el trabajo que está haciendo? ¿Cuál es su punto de vista?

Tengo una regla: no voy a fotografiar a alguien que no quiere que se le fotografíe en cualquier trabajo que haga.

Por otra parte es mi obligación, como periodista, documentar los dramas, pero tengo que tener el permiso de las víctimas. En todo caso, durante 13 años de contacto con las víctimas (12 años y ½) solamente he robado (tomar una fotografía sin permiso) una fotografía en una ocasión. Tenía permiso, por parte de las autoridades del hospital para fotografiar en el hospital pero no tenía permiso para fotografiar a esa persona. Es una de las fotografías de uno de los muchachos de Vidas Minadas y lo hice porque estaba apoyado contra el pecho de su padre, con un pie dentro de un cubo con desinfectante para no descuidar la pierna, entonces pensé que si me ponía a pedir permiso iba a perder un poco la imagen tan impresionante que tenía enfrente mío.

Después hablé con ellos y les dije que me perdonaran por haber tomado la foto sin permiso. Creo que es importante documentar lo que pasa en el mundo. Yo tengo que hacer mi trabajo lo mejor posible y si en algún momento de mi vida los he molestado, me he escusado. Le puedo asegurar que en 12 años de trabajo con el tema de las minas o en los más de 20 años trabajando sobre los desaparecidos, no recuerdo una sola ocasión de la que me sienta avergonzado con  mi comportamiento.

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