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Ser mujeres y trabajar en el Desarme Humanitario nos ha enfrentado a realidades que muchas veces nos obliga a detenernos y reflexionar, desde un enfoque de género, sobre los procesos y obligaciones que adquieren o se adjudican a las mujeres en la construcción de paz y su rol en el Desarme Humanitario. Aprovechando que estamos en el mes de la mujer y el desarme humanitario, planteamos este artículo buscando abordar y visibilizar las desigualdades relacionadas a las tareas/roles asignados a hombres y mujeres en los procesos de construcción de paz y desarme humanitario y el impacto que esto ha tenido en la equidad de Género.

  Con el artículo no buscamos establecer una visión firme o única de la situación planteada, si no que invitamos a que sea un punto de partida y un espacio que convoque a la discusión colectiva sobre la participación y responsabilidad de las mujeres en escenarios de paz y de desarme. Nuestra reflexión surge del trabajo que realizamos desde la Acción Contra Minas, el trabajo en terreno, las experiencias de las mujeres con las que trabajamos, la experticia en temas de género y nuestra historia de vida. De igual manera, es importante mencionar que aquí no compartimos una posición oficial de la organización a la que representamos, aunque le agradecemos el espacio que siempre nos da para expresarnos en libertad, cuestionar, de-construir y crear.

El conflicto armado y la presencia de armas tiene un impacto diferenciado y desproporcional en las personas con características e identidades diferenciales. Esto lo han evidenciado diversas situaciones en la que, por ejemplo, la presencia de un arma aumenta el riesgo de que la Violencia Basada en Género termine en un feminicidio. Tras un accidente con una mina antipersonal, aunque las mujeres no son las víctimas directas suelen ser las principales víctimas indirectas, asumiendo roles de cuidadoras y proveedoras a la par que son víctimas de Violencia Basada en Género. Las mujeres son las principales víctimas de la violencia sexual y las personas feminizadas o pertenecientes a la comunidad LGBTTIAQ+ de prácticas denigrantes como las violaciones correctivas. Aunque las mujeres no son las protagonistas dentro del desarrollo de los conflictos armados y muchas veces no tienen un espacio significativo en los procesos de negociación, sí se les adjudica la responsabilidad social de los procesos de construcción de confianza, reparación del tejido social y de sostenimiento de la paz tras los conflictos armados.

Es probable que la confianza que sienten las comunidades y las instituciones a que sean las mujeres quienes trabajen en la reconstrucción del tejido social, y por tanto, del sostenimiento de la paz se deba: primero, a la asociación de la paz con el cuidado, como un ejercicio del sentir, de perdón, de procesos sociales; segundo, a los roles y estereotipos de género que han ubicado a las mujeres como las principales responsables en las políticas de cuidado, amas de los sentimientos y dueñas de las tareas suaves, debido al rol tradicional de ser madres o cuidadoras.

Históricamente las tareas de cuidado han sido asignadas a las mujeres; las mujeres cuidan a sus hijos, a sus familias, a los animales y así de generación en generación las mujeres han sido las protagonistas de la política del cuidado. Cuando hablamos de maternización de la paz nos referimos a la predisposición de la sociedad a asignar en las mujeres, como las cuidadoras por excelencia, la potencialidad de construir y mantener la paz, esto como se mencionaba previamente, al ser la paz un proceso de cuidado, sentimientos, emociones y al ser la “naturaleza” de las mujeres hacerlo, se les asigna. Se espera que al igual que a un niño/a las mujeres gestemos, cuidemos, orientemos, guiemos y edifiquemos la paz y que nos salga natural hacerlo porque es nuestra esencia como mujeres.

Lo anterior tiene dos implicaciones fundamentales, por un lado, sobrecarga a las mujeres de una responsabilidad que principalmente no sería suya (la mayoría de los conflictos armados han sido iniciados y comandados por hombres) y le suma una jornada adicional a las dos o tres que suelen realizar, además del trabajo extra que requiere trabajar los procesos de reparación cuando colectivamente eres el objeto principal de marcos violentos con impactos desproporcionales para la vida como lo es la violencia sexual. Por otro lado, libra a los hombres de su responsabilidad de reparar y construir usando como excusa los estereotipos socialmente construidos y aceptados en donde los hombres son racionales, viriles, aventureros y el sentir, parte esencial de perdonar y reparar, no está en su código genético, por tanto:

Paz = sentimiento

Sentimiento = no hombre

Paz ≠ hombre

En contra posición podemos hablar, entonces, de la masculinización de las negociaciones y los procesos de desarme humanitario, en donde lo masculino se ha establecido como parámetro de lo humano. Los espacios de negociación y de toma de decisiones son ocupados ampliamente por hombres, mientras que, las mujeres hemos quedado con poca o ninguna representatividad. Esto, al igual que la maternización de la paz tiene su génesis en los roles y estereotipos de género en donde los hombres de manera tradicional han sido reconocidos como racionales, inteligentes, que sí tienen capacidad de ocupar cargos directivos, buenos en la negociación, hábiles con los negocios y pertenecientes naturalmente a los espacios públicos.

Esta masculinización de los procesos de paz y por ende de los espacios de Desarme Humanitario implica una presencia activa de un grupo hegemónico de hombres, lo que necesariamente sugiere la necesidad de establecer pactos internos, entre los hombres, de igualdad, reconocimiento y promoción, y pactos externos transaccionales en orden a la consolidación de espacios de poder que han excluido a las mujeres. De allí que sea necesario reflexionar sobre ello.  Hoy y siempre es importante trabajar por una mayor representación de las mujeres en puestos de toma de decisión que configuran e implementan agendas multilaterales para asegurar que el multilateralismo funcione para las personas feminizadas (mujeres, niñas, comunidad LGBTTIAQ+), incluyendo acuerdos transformadores en temas de Género y diversidad pensados desde la interseccionalidad.  

Las construcciones sociales de género al final tienen que ver con la manera en cómo se organiza la sociedad y desde la deconstrucción de estas ideas se pueden tumbar procesos inequitativos y excluyentes (como se referencia anteriormente) o aportar a la construcción de paz y la sostenibilidad de la misma desde un ejercicio consciente, inclusivo y transformativo. La feminización de la paz y la masculinización del desarme impacta igualmente a hombres y a mujeres, en el primero los hombres son excluidos de procesos de transformación y reconstrucción de tejido de sus territorios por estar excluidos, históricamente, del dominio del sentir. Por tanto, aunque quieran y sientan un compromiso enorme los roles y estereotipos les pondrán limitantes para ejercer su derecho al sentir y por tanto al participar de la re-construcción de tejido social.

Igualmente, las mujeres han sido excluidas de espacios de negociación y toma de decisiones en donde tradicionalmente el mayor avance ha sido verlas como un grupo “consultivo” a quien preguntamos las necesidades lo que resulta en la exclusión estructural y sistemática de sus necesidades y procesos diferenciados de reparación en los procesos de paz y las leyes y procedimientos que los acompañan. Esto sumado al hecho de que sigue responsabilizando a las mujeres, principalmente a las mujeres de escasos recursos económicos, de territorios afectados y en muchos casos de comunidades étnicas a cargar con la responsabilidad de resolver una problemática de la que no son las principales culpables.

Todo lo que hemos mencionado hasta aquí lo podemos trasladar a los espacios de Desarme Humanitario, principalmente al de Acción Contra Minas en el que nos desempeñamos, donde al igual que con los procesos de paz a las mujeres se nos asignan principalmente las tareas de cuidado relacionadas a la Asistencia a Víctimas o el Enlace Comunitario, mientras que, a los hombres se les asignan las responsabilidades de representación en espacio de toma de decisiones y dirección de las operaciones lo que suele invisibilizar el trabajo que realizan las mujeres, reproduciendo nuevamente los roles y estereotipos que asignan lo privado a la mujer y lo público al hombre. Esto, al igual que en los procesos de paz implica que las mujeres seamos la base y sostenimiento de una pirámide en la que el peso que cargamos es desproporcional a la responsabilidad que tenemos frente a la afectación y a la que se nos asigna para gestar la solución.

Ante toda esta situación, como mujeres que trabajamos por la paz, la equidad y el desarme, nos preguntamos ¿Dónde queda la responsabilidad de los hombres y de sus guerras si seguimos feminizando la paz? ¿Qué responsabilidad tienen las personas que deciden procrear y criar frente a la deconstrucción de masculinidades violentas que puedan ayudar a la sostenibilidad de la paz y con esto al desarme humanitario y la seguridad humana? ¿Cómo los hombres pueden y deben asumir tareas en los espacios de re-construcción del tejido social desde el cuidado y el trabajo en comunidad? ¿Cómo garantizamos que las mujeres, que seguramente van a seguir siendo las responsables principales de reconstruir el tejido social y “mantener la paz”, o al menos de cargar con esta responsabilidad asignada por la sociedad, estén en los espacios de toma de decisión sobre estos procesos con una participación activa para que los mismos respondan a sus necesidades, capacidades e intereses colectivos? ¿Cómo se pueden utilizar los espacios de construcción de paz y Desarme Humanitario para fortalecer el liderazgo de mujeres y poblaciones diversas históricamente excluidas por medio de la participación y representación? Si los espacios de toma de decisión y liderazgo de los procesos de paz y Desarme siguen siendo principalmente masculinos, ¿Sabremos como reparar a todas las víctimas? ¿Se están teniendo en cuenta las afectaciones diferenciales? ¿Se están desarrollando procesos que respondan a las necesidades de aquellas que los deben sostener, construir e implementar?

Seguramente estas preguntas no son suficientes o no abarcan todo lo que debemos cuestionar, pero creemos que son un punto de partida para repensar los procesos y las responsabilidades que se asignan a la hora de hablar de paz y de desarme. El no tener todas las respuestas a ellas o que las respuestas no sean las que queremos también lo vemos como una oportunidad para transformar desde los espacios humanitarios. Por nuestra parte seguiremos cuestionando y deconstruyendo, y reafirmando nuestro compromiso con el desarme humanitario y la construcción de paz somos conscientes que desde adentro hay mucho que cambiar y que no solo queremos gestar, también queremos representar, crear y decidir.

 

Angélica María Pardo Chacón.

Natalia M. Morales Campillo

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